dar inicio a interesantes debates, para lo bueno y para lo malo. Centrándonos
en el primero de los casos, podemos encontrar con rapidez noticias de interés
general, descubrir nuevos jardines y espacios verdes desconocidos o llegar éstas
conversaciones a degenerar hasta la creación de nuevos términos como es el caso
de la naturaleza aséptica.
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Arboleda formada por moreras |
Es justo que reconozca
el acuño del término en cuestión a Chema
Bárcena (@guillaumme). Todo comenzó con un tweet que envíe en relación a
una noticia leída en la edición digital del diario ABC donde se hacían eco de la tala de más de 2.700 moreras sanas en
la ciudad de Valencia para ahorrar en mantenimiento. La morera es un árbol que
a mí personalmente me encanta, por la estructura que forma, su amarillo otoñal
y la sombra que produce en verano tan necesaria aquí en el sur. El famoso “árbol de la seda”, como lo llamaban los
antiguos romanos, es una especie de singular belleza que nos produce una gran
cantidad de beneficios (fijación de CO2 atmosférico, termorregulación
ambiental, reducción del efecto invernadero, bienestar sicológico…) y, también,
echa al suelo muchos restos vegetales como las hojas o, el que más preocupaba
en el caso de Valencia, las moras que ensucian notablemente el suelo. La
solución no puede ser más drástica. Sin ir más lejos, en Sevilla, se recogen
las naranjas de las calles para hacer mermelada
de naranja agria que, además, supone una actividad económica importante
para las empresas que se encargan de recogerlas. Ahí lo dejo como posible
solución en futuras situaciones similares.
cuenta los beneficios que nos aportan los arboles urbanos y zonas verdes de la
ciudad, obviándolos en detrimento de soluciones más “cómodas” ¡Incluso existe
una variedad de morera que no produce
fruto (fruitless)! Ante este panorama
Chema me contestó: queremos una
naturaleza aséptica y no es posible. No puedo estar más de acuerdo. Poco a
poco vamos siendo más conscientes de que no podemos vivir sin la naturaleza,
pero muuuuy poco a poco.
pueblos. El mundo se encuentra terriblemente antropizado pero aún viviendo en
un ambiente dominado por el asfalto, el cemento y el cristal, necesitamos a la
naturaleza. No podemos evitar que se caiga una hoja en la calle, que entren
bichos en casa a través de la ventana (no todos son tan malos), o que crezca
una hierba espontánea entre las grietas del alféizar. En vez de luchar contra
estos sucesos, deberíamos aceptarlos, aprender a vivir con todos los fenómenos
naturales que acontecen a nuestro alrededor pues son maravillosos y, nos gusten
o no, los necesitamos para nuestra propia subsistencia. Volver a la escoba o,
simplemente, usar la cabeza y no recurrir tanto a la motosierra.
cada espacio verde, también, por reducido que sea. De eso tratan los proyectos
de corredores verdes en las
ciudades, de unir cada punto de la ciudad donde exista un parque, un jardín o
una avenida arbolada, para crear el espacio que nos devuelva a la naturaleza
tan necesaria. Una tela de araña
vegetal ininterrumpida y comunicada con la periferia donde comienzan los campos
y el paisaje. La huella verde impresa en el callejero de nuestras urbes y que
amplifique los beneficios de cada diminuto punto verde que la constituye, que
es cierto que podrá “manchar” en ocasiones, pero de la que obtenemos mucho más,
la vida que lo es todo, que los perjuicios que también vamos a tener. Naturaleza… no pretendamos los imposible,
no puede ser aséptica.
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Plaza de América en el
Parque de María Luisa (Sevilla) |
Gracias por perder unos
minutos de tu tiempo leyendo este post.
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